Delirio Antipoético
[artista colaboradora]
El párpado inerte se retuerce bajo las venas de una juventud pálida y demente. El niño alado reventó el vacío con una vértebra piramidal y sobredimensionó el grito más puntiagudo del mundo. Aún recuerdo las palabras del puente, la pegatina insulsa con el mensaje inerte y desvalido. Aquella tarde el horizonte perdió su fuego y apagó el vigor de los días con un brillo traslúcido y sexagesimal. La luna brilla a las seis de la mañana y la vacuidad se agita bajo el pecho dolorido de la aurora. Lo hemos tenido todo sin saberlo. Hemos navegado sobre un surco de esperanza que se ha trocado en una Venus descarnada y despedazada por un delfín voraz. Las palabras crujen y el silencio agujerea la mosquitera y se cuela por el umbral de una Lucrecia deshojada por un Tarquino hambriento. El vano de la puerta amarillea y chirría en el mes de febrero más cerúleo e irritante del milenio.
Atrás, adiós a la geometría… El mundo es un baile desquiciado, una promesa de arcabuzazo infame, un endometrio que se desangra día tras día. El mundo exclama: “¡Qué atrocidad!”, pero el mundo no comprende nada, ni siquiera es capaz de acariciar las flores con la ensoñación palpitándole en la yema de los dedos. Se ha asido a sí mismo y se pierde en la banalidad de anhelos laberínticos y días estériles. Debemos morir desengañados de nosotros mismos. Debemos pertenecernos, encontrarnos entre la maleza de una utopía insostenible y soez, y luego dejarnos marchar. Marcharse para siempre, como el globo resbaladizo que huye de un niño caprichoso y desfigurado por la materia. Adiós a la geometría… Adiós a la línea, al punto, al tenue vínculo entre la circunferencia y el círculo… La locura no es más que un canto a la libertad. Esta locura, estos días… Este prado inerme, el aullido eterno de una cólera que deviene en una melancolía inextricable. Esta locura… Estos días… La tirantez de la geometría… La terquedad de esta inmundicia, de este orbe fantasmal… Liberadme del tiempo, liberadme, desasidme de mí misma. Quiero cantar eternamente a los prados de un mes sin nombre, de un año sin número, de un siglo dilatado hasta la extenuación.
Platero, ¿dónde estás? La reina loca de grandes ojos verdes te aguarda en la efímera cueva de Montesinos.
Stella Coupeau
Ilustración por Gastón Silveira