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Menos tres kilos

[artista colaboradora]

Laura no quería salir a correr ni bailar al ritmo de la música con unas calzas apretadas que dijeran zumba. Pero tenía que hacerlo. Al igual que tenía que comer esa ensalada insípida todas las comidas y unas galletas que intentaban en vano reemplazar al crujiente pan casero. Aunque lo peor de todo era que lo tenía que hacer con Clara. Laura amaba a su hermana pequeña, pero a veces era tan insistente que daban ganas de pegarle. Era capaz de retrasar su vida entera y de faltar al trabajo con tal de no perderse una clase de baile con Laura, o de ir al supermercado por ella cuando Laura se quejaba de que no tenía tiempo de comprarse cosas sanas y que por eso siempre pedía pizza, o de ponerse esas camisetas grandes y sueltas que sólo usaba cuando iba a bailar con Laura, para que ella no se sintiera intimidada por su cuerpo de modelo. Sí, Laura amaba a su hermanita, pero era tan parecida a su madre que no podía soportarla.

   —¿Qué tal esta?—le dijo Clara mostrándole una diminuta pieza de tela blanca que se decía llamar top.

   —No voy a salir con eso a la calle, es muy corto.

   —Sí, es verdad, pero es lo que se usa hoy en día.

   —Bueno, igual, no quiero.

Comprar ropa con su hermana era peor que salir a correr con ella, porque al menos cuando lo hacían, Clara se adelantaba y Laura se quedaba jadeando detrás, sola, semi corriendo semi caminando y en ese momento tenía tiempo para pensar sin tener que ver la cara de su hermana sonriéndole para animarla. Pero cuando iban de compras, su hermanita no se despegaba de ella y no dejaba de mostrarle atuendos que ella no usaría ni en un millón de años, ni siquiera si tuviera la plata para comprarlos o el cuerpo para ponérselos.

   —Bueno, podemos buscar algo más largo, aunque hay pocas remeras deportivas así como vos buscas. Si no preguntémosle a la chica de la tienda, ella debe saber.

No, definitivamente no había remeras como Laura buscaba, sueltas y largas hasta los muslos. Según la dependienta las mujeres no solían venir buscando ese tipo de prendas. Se fueron a otra tienda. El shopping era grande y tenía muchas marcas para mirar.

   —Y si no encontramos, ¿no te vas a comprar nada?

   —Vamos a encontrar

   —Bueno, igual tenés que estar más abierta a otro tipo de cosas.

   —Si no encontramos me compro una remera talle L de hombre y listo.

   —¡Dios mío, Laura! ¿No era que querías comprarte ropa linda para motivarte y hacer más deporte?

   —¡Claro!

   —Bueno, desde ahora te digo, una remera de hombre no motiva.

Laura no odiaba la rigidez mental de su hermana. No era su culpa ser así, había nacido desde un primer momento con todo dado y en la vida se le habían cumplido más que sus sueños: un cuerpo perfecto, un esposo adorable y cinco hermosos hijos que parecía controlar a la perfección y que podía cuidar y aun así tener tiempo para todo lo que hacía. No, Laura no odiaba que su hermana fuera una mujer capaz de trabajar y de tener una familia perfecta, sino que odiaba que su hermana tuviera la misma perfecta vida que su madre había tenido. Si no fuera por Laura, su madre habría llegado a tener lo que Clara tenía. Había sido la más linda de todas en el colegio, la facultad y el trabajo, y se había casado con el chico que todas buscaban, al cual tenía locamente enamorado desde el minuto en que se vieron hasta luego de veinticinco años de matrimonio. Y si no fuera por Laura, hubiera tenido cinco hijos perfectos, con carreras impresionantes, trabajos bien remunerados y una hermosa familia. Pero ella había roto todo eso, trabajando como secretaria de un médico pediatra, Juan se había ido hace rato con sus dos hijos y, bueno, ella no era gorda, pero no era su hermana.

   —Che, y ¿si en vez de buscar un top buscamos un lindo leggins que puedas ponerte para salir a correr?

   —Es que tampoco quiero de esos que te aprietan hasta el alma.

   —Bueno, están de esos que son como sueltos arriba si es que no querés que te marque mucho las curvas.

Clara solía entenderla muy bien y casi siempre se callaba aquellas cosas que sabía que a Laura le dolerían, pero siempre que lo hacía solía mirarla con unos ojos condescendientes que a ella la enloquecían. Le daban ganas de gritarle, pero en cambio le sonreía. Porque era lo que tenía que hacer.

    —¡Laura!—le dijo su hermana desde el otro lado del pasillo de la tienda con una sonrisa en su cara. —Mira lo que encontré.

Cuando Laura se acercó, su hermanita le mostró un hermoso top color amarillo con distintos dibujos abstractos de muchos colores. Las calles de La Boca vinieron a la mente de Laura, su casa que estaba sólo a unos pasos del famoso Caminito, los bailarines de tango que solían actuar a la noche para los turistas y los bares que parecían de otra época con sus típicos camareros de aspecto italiano. Agarró el top con ternura, como si en él se atesoraran sus recuerdos. Recuerdos de su esposo y ella mirando a una pareja de bailarines; de su familia entera, emocionada, pintando las blancas paredes que el museo había puesto para que todos se hicieran artistas; o de ella, de joven, aquel día en que se había mudado a su nueva casa con su esposo, apenas llegar de su luna de miel. Se recordaba feliz, sonriendo de oreja a oreja, delgada.

   —¡Es hermoso!

   —¡Ya sé! ¡Comprátelo! Te va a quedar muy lindo.

Laura no lo pensó mucho, con el top en sus manos se acercó a la dependienta y le dijo que quería uno. Sólo había en talla S. Se hacían en tallas limitadas. Laura dejó el diminuto top en la estantería donde su hermana lo había encontrado y se fue de la tienda con varios pares de la nueva temporada de camisetas Nike para hombre que se habían sacado ese verano.

 

Clara volvió a sacar el tema una vez que estaban en el bus, diciendo que le hubiera encantado ver a Laura en ese top.

   --Bueno, cuando tenga unos tres kilos menos yo creo que me lo compro—dijo Laura,

sentándose en el asiento del bus mientras su hermana se quedaba parada porque ella ocupaba casi las dos filas.

                                                                                                                                           Por Tina Hírnok

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