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La cama

1.00am

En una calle estrecha del centro de la ciudad brillaba el letrero de neón de la discoteca “La cama”. Detrás de la puerta se oía el sonido ahogado de trompetas y timbales. La gente bailaba y bebía alegremente. Era una noche tranquila y calurosa. Por las calles no se veían carros ni transeúntes.

 

        Un hombre salió por la puerta, dejando escapar el rugido del interior de La cama a la calle. Se detuvo a pocos metros y buscó un encendedor en el bolsillo del pantalón.

        --No se puede sacar el vaso—le dijo el portero.

        Él se volteó, sonriendo.

        --Disculpa, hermano—dijo, volviendo a entrar.

        Cuando salió de nuevo una mujer lo seguía. Él encendió un cigarrillo y exhaló con fastidio.

        --¿Qué te pasa?—preguntó la chica.

        --Nada.

        Él le pasó el cigarrillo a ella.

        --Bueno, sí me pasa—rectificó.

        --¿Entonces?—dijo ella devolviéndole el cigarrillo.

        Él miró hacia ambos lados.

        --¿Por qué no bailas conmigo?

--¿No bailo contigo?—preguntó extrañada.-- Pero si he bailado con todos.

        --Todos menos yo.

        --Pues bien,--contestó.—vamos.—y le tendió una mano.

        Entraron juntos.

 

2.30am

 

        Ella salió por la puerta con prisa y molesta. Él venía detrás de ella, haciéndole reproches y reclamos.

        --Pero es que no te entiendo. Dijiste que ibas a bailar conmigo.

        --¡Y eso fue lo que hice!

        --¡Solo una canción!

        Ninguno se dijo nada, esperando a que el otro fuera el primero.

        --Bueno,--resolvió ella-- ¿no es eso suficiente?

        --Pues no, no lo es.

        --Pues bailemos otra, ya está.

        Lo tomó por el brazo, jalandolo de nuevo hacia adentro, pero él se quedó en su puesto.

        --¿Qué pasa?—dijo ella.

        --No se trata de eso.

        --De bailar, ¿no es así? Te estoy diciendo, vamos.

        --No, pero que sea con ganas.

        --¿Con ganas?

        --Sí, como anoche que me pediste que lo volviéramos a hacer, después de haberlo hecho ¡dos veces!

        Ella miró al suelo y sonrió con picardía.

        Él mandó su mano a la frente y negó con la cabeza.

        --No lo entiendes. ¡Maldita sea!—la miró fijamente.—y yo tampoco lo entiendo. ¿Cómo es que aquí eres tan distinta? En la calle eres otra persona conmigo.

        --Yo siempre he sido la misma. No sé a qué te refieres.

        --Pues me refiero a que cuando estás en mi casa no puedes tenerme ni un segundo lejos de ti y con ropa. Ahora, aquí, bailando, prácticamente huyes de mí.

        Ella miró al cielo, exhalando lentamente. Volvió a mirarlo y le sonrió.        

        --Ven.—le dijo, tendiéndole la mano.

        Y lo llevó dentro de la algarabía.

 

3.15am

 

        Salieron ambos al mismo tiempo.

        --Definitivamente no puedo—dijo ella.

        --¿De qué hablas? Estabas empezando a hacerlo bien.

        --Hablo de esto, lo que te estás imaginando—hizo un gesto con la mano señalando a ambos.

        Él enderezó su postura, asimilando la situación. Meditó un momento.

        --¿Y he sido solo yo el que se ha llegado a imaginar algo?

        Ella lamentó decepcionarlo.

        --Bueno...—dijo él—al menos ahora que ya lo sabemos, ¿podemos bailar?

        --No—contestó ella.—No quiero bailar contigo, no te quiero para eso.

        Él suspiró, dejando escapar sus esperanzas.

        --¿Me llamas cuando salgas?—intentó.

        Ella lo miró complacida.

        --Ya lo vas pillando.

        Él asintió.

        --Ya sabes dónde pongo las llaves.

        Se acercaron, se dieron un beso, y separándose, ella le guiñó un ojo. Él le sonrió a medias.

 

     

Daniel Franco Sánchez y Tull Holland

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