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La noche del señor E

Cuando el día se acabó, se despertó el señor E. No de las tinieblas, sino de un lugar escandalosamente peor: despertó en la cama de Valentina, la mujer que bailaba en el cruce de la Cuarta y la B.

Imaginemos el susto de aquella niña cuando de su cama vio florecer como una margarita la sombra de aquel que la había hecho tan miserable el otoño pasado.

Y ahora pues, imaginemos el susto de aquel que se levantaba en una dimensión que no le correspondía.

El señor E. ya había viajado meses antes para ocuparse de un encargo totalmente diferente:

    —¿Qué hago aquí? —preguntó.

Ella prefirió no responder, no podía hacerlo sin estar segura de lo que veía. No entendía y no quería entender tampoco. Se limitó simplemente a asentir con la cabeza.

    —¿Qué hago aquí? —preguntó nuevamente, en un esfuerzo acalorado por saber lo que estaba pasando.

    —Pues yo tendría que estar dormida y heme aquí —repuso ella, —bienvenido a la mala dimensión, supongo —agregó, extendiéndole su mano en señal de tregua.

Al señor E. no le salió ninguna palabra, y horrorizado, simplemente se la dio, pues ya era hora de dormir.




                                                                                                                                         Iván Zambrano

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