Mamuts
[artista colaborador]
—No sé por qué sigo en esto—, me dices y te llevas el vaso de cerveza a la boca. A través del vidrio veo tus dientes y las burbujas que se juntan en la superficie como si fueran huevos de insecto. Yo solo respondo con monosílabas y escucho los problemas que conozco de memoria. Primero me cuentas que estás cansado de que Andrea te haga enviar fotos de los lugares a los que vas, pero a los dos minutos sacas el celular y me encandilas con el flash de la cámara.
Salgo con el pulgar arriba y con las gafas llenas de luz. Después me dices que no respeta tu forma de pensar y que varias veces te ha acusado de ser un conformista sin aspiraciones. —Y todo porque hace unos días le dije que no me interesaba cambiar de carro—, me explicas y subes un poco los hombros. Pero, sin duda, en la parte que más atención pongo es cuando me hablas de las revisiones sistemáticas que hace a tus cuentas de banco. —La otra vez me preguntó por qué me había gastado tanta plata en el regalo de mi hermana, ¿podés creerlo? —, me preguntas y a mí ya no me impresiona tanto ese control psicótico, sino la resignación que percibo en tu rostro: solo niegas con la cabeza y estiras un poco los labios.
En el bar suena Persiana americana. Me dices que en el colegio no parábamos de escuchar esta canción y golpeas la mesa con los puños para imitar el ritmo de la batería. Por un momento paramos de hablar y cada uno vuelve a los a salones con piso de granito, a las celosías por donde entraba el sol, a las clases de matemáticas con Gustavo (el narizón de los números) y obviamente a la cancha de fútbol. Claro que en ese lugar nuestros recuerdos son muy diferentes. Yo siempre tuve una perspectiva un poco más estática, por llamarlo de alguna manera. El entrenador casi nunca me invitaba a los partidos y cuando lograba entrar a la convocatoria no pasaba del banco de suplentes. Me quedaba subiéndome las gafas que se me rodaban por la nariz y cada diez minutos me tenía que llenar de aire con un inhalador para el asma: Kjj, Kjj.
Tú eras otra cosa: desde muy niño te pusieron a jugar con el equipo de bachillerato y por eso cuando crecimos, no solo eras el capitán sino una especie de héroe que arengaba para matar leones y no para jugar fútbol. Incluso los otros equipos te tenían un apodo, ¿te acuerdas? La Fiera Vásquez. Es que aparecías en la mitad del grupo y cuando empezabas a hablar, pasabas de los 1.70 a los 3 metros de estatura. —¡Hoy nos tenemos que tragar a esos agrandados! ¡Vamos a correr y a meter como si tuviéramos dos personas adentro para que ellos sepan que aquí no nos van a ganar! ¡1,2,3, Alemán, Alemán, Alemán! —. Yo escuchaba parado en una esquina y, aunque nunca estuve en el círculo, tus palabras me emocionaban tanto que al final me tenía que pegar del inhalador.
Por eso ahora me queda tan difícil verte con una camisa de cuello arrugado y con la corbata floja. Verte con los zapatos sin embetunar y con una tarjeta de fondo azul que tiene tu foto y te cuelga del pantalón como si fuera una placa para identificar perros.
—Sebas, hace mucho tiempo no estoy así con Andrea—, me dices y señalas a una pareja que está en el sofá de la entrada. En su mesa hay una vela que despide una luz muy tenue y que les oscurece los ojos hasta convertirlos en dos agujeros negros, como de gente muerta. Ella está sentada con las manos en las rodillas y él le dice unas palabras al oído que la hacen reír y morderse los labios.
Al rato le haces un gesto al mesero para que nos traiga más cerveza. Después sacas el celular y me pides que sonría.
—Me está pidiendo que le mande una foto con fecha.
¿Mandar una foto con fecha? Ni siquiera sabía que algo así se podía hacer.
Las cervezas llegan y me preguntas cómo van mis cosas. Todo va igual. Afortunadamente Isabel no me hace mandarle fotos ni me revisa las cuentas, pero es raro que se ponga tan feliz cuando le digo que voy a salir con algún amigo —Pasa muy rico con Vásquez y que no se te olvide avisarme antes de venir…—. Además, en los pasadores del pantalón siento la misma placa de perro que tú tienes. La diferencia es que la mía es de fondo rojo y desde hace un par de años sigue con el mismo título: Auxiliar en finanzas. No como la tuya, que empezó diciendo Auxiliar en crédito y ahora dice Analista de recuperación de activos.
En el bar ponen otra canción. Empieza con los ladridos de un perro y al rato suenan los primeros acordes. Tú sonríes, afirmas con la cabeza y mueves los dedos como si tocaras guitarra, pero a los pocos segundos aprietas los puños y aparecen varias arrugas en tu frente. —¿En serio lo más entretenido que hacemos es venir a este bar a escuchar música y tomar cerveza? Antes los hombres salían a cazar mamuts y después se los comían al frente de una fogata—, me dices mientras te tomas el último trago y sacas dos billetes del pantalón. —Vea, Gafas, ahí está mi parte—. Yo tomo el dinero y voy a pagar a la barra. La luz opaca te oscurece las ojeras, la barba a medio afeitar, los antebrazos peludos. Una mujer me entrega la devuelta y antes de guardármela pienso en tus arengas de héroe, en las burbujas que se juntan como huevos de insecto y, claro, también en los mamuts que cazaban por las noches: la verdad es que todavía los cazan, solo que ahora los mamuts somos nosotros. Kjj, kjj.
Pedro Juan Vallejo
Medellín, febrero de 2018.