La nalga derecha
Otilio lleva sudando frío desde que salió a la calle. Su transpirar no tiene que ver con ese hilo de baba que sale de su uretra y va dejando una mancha en el short; sabe Dios por qué decidió salir sin boxer para tal ocasión. Tampoco con que en su mente los demás transeúntes saben de dónde viene y lo que estaba haciendo. Ni es razón el hecho de que viene de casa de una puta. No han pasado dos horas desde el momento en que prendió la computadora. Verónica, la tercera chica de la segunda página fue la que más lo atrajo. La espera no fue a más del tercer repique. La casa de ella quedaba a quince minutos a pie de la suya; solo tuvo que sacar dinero y caminar hasta el número 39 de la Calle Rosa.
Apenas entró ya tenía delante no las tetas más grandes que había visto pero sí las más hermosas: como la mitad de la mitad de abajo de una pera, pezones concéntricos en cada areola, una raya en cada pezón dividiendo cada uno en mitades perfectas. Mientras caminaba al cuarto veía no las nalgas más grandes sino las más balanceadas. Con respecto a redondez, proporción con la amplitud de las caderas y curva desde el final de los muslos hasta la región sacra. Su cara se le hacía familiar por lo que no la detalló con tanta profundidad. Por otro lado, inspeccionó el cuerpo desde el cabello hasta los pies. Durante media hora tuvo acceso ilimitado (aplicando ciertas condiciones) a una persona que se presentaba prohibida. Sensación que perduró incluso luego de haberle llenado la espalda de esperma. Después de todo era la primera vez que echaba un polvo con una profesional.
Otilio quiso pensar que una subida repentina de moral era la causa de esos sudores. Descartó esa opción apenas le vino a la mente una fiesta en casa de Reinaldo; farra correspondiente al día en que conoció a Martha. Luego el olor de un baño pequeñito apestando a látex. Ambos estímulos comprendieron una escena más compleja. Él aguantando la puerta del baño con el culo. Ella aguantando el peso de los dos con las manos sobre el lavamanos. Dos virginidades bailando juntas hacia el más allá al ritmo de una canción de Héctor El Father. Entonces se dio cuenta. Había olvidado todo sobre Martha excepto aquel detalle.
Como si estuviera ahí pudo ver de nuevo ese lunar en la nalga derecha. En el mismo sitio del lunar donde habían caído unas cuantas gotas de semen ansioso y voraz. Encima de la nalga más balanceada que había visto nunca.
Abraham Valera