Medicina tradicional
Doña Carmen, mi abuela, no tenía fórmulas secretas. Su éxito como médico se basaba en la biblioteca más extensa que he visto. Novelas de miles de páginas junto a poemarios escritos en papeles sueltos. Ella sabía con exactitud qué libro era cual y su circunstancia.
Su casa siempre la recuerdo llena de gente, iba todo el barrio y muchas personas de la ciudad. Enfermo tratado, enfermo curado. Una vez se iba la enfermedad, éstos la visitaban casi a diario, hasta el día que murió.
La querían tanto porque sus tratamientos no eran los de cualquier profesional; mi abuela recetaba poemas: sobre vicios, viejos amores, o sobre los muertos que extraña uno. Según la gravedad del padecimiento, mayor o menor la extensión.
Ahora en su casa solo vivimos su biblioteca y yo. Sin embargo, ella sigue enamorada de sus libros y de cuando en cuando me la encuentro sentada en la sala. Seria, traslúcida, tan etérea como cuando en vida. La última vez que la vi estaba leyendo un cuaderno donde escribo de vez en cuando. “Vas bien”, me dijo.
Abraham Valera
Ilustración por Flavia Vila